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Disciplina positiva

¿Qué es la disciplina positiva?

La disciplina positiva es una forma de entender la crianza desde el respeto mutuo, de acompañar a nuestros niños y niñas en su desarrollo adaptándonos a su momento evolutivo para comprender mejor su forma de pensar, de sentir y de tomar decisiones.

Es un modelo impulsado por Jane Nelsen y Lynn Lott, y basado en las teorías de Adler y Dreikurs, quienes defendían que el comportamiento humano está motivado por la necesidad de significado, conexión y pertenencia en el grupo. A diferencia de otros modelos tradicionales de educación, el objetivo de la disciplina positiva es enseñar a nuestras niñas y niños habilidades y estrategias para desenvolverse en la vida desde la colaboración, combinando la amabilidad y la firmeza.

La disciplina positiva NO es:

  • Ser madres y padres permisivas/os.
  • Dejar que el niño o niña haga lo que quiera.
  • No tener reglas ni poner límites.

La disciplina positiva es:

  • Un enfoque centrado en obtener soluciones (enseñar en vez de castigar).
  • Ser efectivo a largo plazo.
  • Comunicar con claridad nuestras expectativas, reglas y límites.
  • Respeto mutuo y no violencia.
  • Promover la autodisciplina: enseñarles a pensar por sí mismos para hacer lo correcto aunque nadie esté mirando, no solo para obtener un premio o por miedo a un castigo.

Técnicas de disciplina positiva

Las habilidades de la disciplina positiva se centran en técnicas de comunicación eficaz y en la búsqueda de soluciones en vez de en castigar el mal comportamiento. Para ello, hay ciertos puntos clave que pueden ayudarnos:

Identificar los objetivos a largo plazo.

Muchas veces, cuando estamos metidos en la rutina, nos enfocamos tanto en los objetivos que queremos que cumplan nuestros hijos e hijas a corto plazo que se nos olvida cuáles son nuestras metas en la crianza a largo plazo. Así, cuando pensamos en las tareas que queremos que realicen por la mañana (vestirse, desayunar, prepararse rápido para salir de casa…), solemos perder de vista las verdaderas metas que queremos alcanzar a largo plazo (¿qué clase de persona quiero que sea mi hijo/a cuando sea adulto/a? ¿Qué relación desearía llegar a tener con él/ella?).

A menudo, puede ser difícil conciliar estos objetivos a largo plazo con los objetivos que tenemos a corto plazo. Siguiendo el ejemplo, si nuestro hijo o hija se retrasa por la mañana para salir de casa, esto nos puede generar tensión porque llegamos tarde, por lo que puede que usemos estrategias como apremiarle o gritarle para que se dé prisa. Esto podría lograr que se cumpliera nuestro objetivo a corto plazo (conseguir salir pronto de casa), pero, ¿qué ocurre con nuestras metas a largo plazo?

La forma en que actuamos es un modelo para nuestras/os niñas/os sobre cómo actuar.

¿Qué están aprendiendo nuestros/as hijos/as en estos momentos sobre cómo enfrentar situaciones de estrés? ¿Qué les estamos enseñando sobre cómo resolver los problemas y la forma de comunicarse?

Los retos a corto plazo son oportunidades para trabajar en los objetivos a largo plazo. Los desafíos son oportunidades para generar habilidades.

La importancia de proporcionar calidez y estructura.

La disciplina positiva combina la calidez y la estructura.

  • Proporcionar calidez significa dar apoyo: es amor incondicional, seguridad emocional, demostrar que confiamos y que creemos en ellas/os, que les queremos, divertirnos con ellos/as, escucharles, reconocer sus logros, jugar con ellos/as. Igual que los adultos, los niños aprenden mejor cuando se sienten seguros, comprendidos y escuchados.
    • Estructura es información: es mostrarles directrices claras de cómo esperamos que se comporten haciendo hincapié en por qué es importante cumplir las normas, es ayudarles a comprender cuáles han sido sus errores y cómo pueden enmendarlos (darles una alternativa de cómo comportarse), enseñarles cuáles son las consecuencias de sus acciones, explicarles cómo pueden tener éxito la próxima vez, negociar acuerdos (explicando nuestro punto de vista y escuchando el suyo) y mostrarles cómo arreglar los desacuerdos de forma constructiva (sin violencia).

Los niños nacen sin saber qué esperamos de ellos e, igual que los adultos, aprenden mejor cuando tienen el apoyo e información que necesitan. Necesitamos generar contextos donde no se tenga miedo al error, no se juzgue, sino que se aprenda de él.

Ser justas/os y flexibles, ser amables y ser firmes.

Comprender cómo piensan y cómo sienten las niñas y niños.

Podemos entender mejor el comportamiento de un niño o niña cuando miramos a través de sus ojos.

Igual que en un iceberg, detrás de la conducta del niño hay creencias, emociones y necesidades más profundas que puede que no se vean tras la superficie. Para comprender mejor el comportamiento de nuestros niños y niñas, es importante tener en cuenta aspectos clave como cuál es su nivel de desarrollo evolutivo y cómo es su temperamento.

Los niños y niñas están en constante evolución, y cada etapa evolutiva influye en lo que necesitamos, cómo procesamos la información y cómo miramos el mundo:

Durante en la etapa preescolar, el mundo es muy nuevo, buscan explorar con los sentidos y el movimiento, con los sonidos y el lenguaje, por lo que suelen ser más enérgicos y movidos.

  • En la etapa escolar, la relación con sus iguales adquiere una mayor importancia, mejora el pensamiento lógico y la capacidad para resolver problemas, y tienen una mayor capacidad para reflexionar sobre sí mismos y para comunicar sus emociones.
  • De adolescentes, aparecen cambios físicos y emocionales, suelen reclamar más independencia y se encuentran en la búsqueda de su propia identidad.

Por tanto, las cosas que necesitan, su capacidad para procesar la información y para regular sus emociones es distinta según cuál sea su etapa de desarrollo. Antes de ir inmediatamente a corregir el comportamiento del niño, podemos preguntarnos: “¿qué puede estar motivando que se comporte así? ¿Qué necesita?”.

También, entender eltemperamento de nuestros niños y niñas puede ayudarnos a comprender las razones de su comportamiento. Conviene tener presente si prefiere actividades más tranquilas o más activas, si se adapta fácilmente a las situaciones y personas nuevas o estas le generan incomodidad, si tiende a mostrar sus emociones o si tiende a guardárselas, si se concentra con facilidad o suele distraerse…

No hay temperamentos “buenos” y “malos”, es lo que nos hace únicos y nos hace ser como somos, y de cada temperamento podemos destacar tanto fortalezas como dificultades. Por tanto, no se trata de intentar cambiar su temperamento, sino de entender por qué, en determinada situación, puede estar comportándose de esta manera y no de otra.  

Además, es importante considerar cuál es nuestro propio temperamento, porque puede estar influyendo en la dinámica en que nos relacionamos con nuestros hijos e hijas. No solo el temperamento de los niños y niñas afecta al comportamiento de las madres y padres, sino que nuestro temperamento influye en cómo nuestras niñas y niños se comportan.

Reconocer las diferencias y aceptarlas, entender cuáles son las necesidades de unos y de otros puede ayudarnos a la hora de manejar las situaciones difíciles y los conflictos en casa.

En resumen, la disciplina positiva es un estilo de educación que, en vez de centrarse en corregir los errores por medio del castigo, busca convertir los desafíos en oportunidades de aprendizaje, en enseñar a los niños a ser responsables de sus acciones; haciendo hincapié en el modelo positivo de conducta que podemos ejercer los adultos y adultas. Por tanto, pone el foco en el largo plazo en vez de buscar soluciones rápidas, en entender la conducta del niño conectando tanto con sus necesidades como con las nuestras, en motivarle para que desarrollen sus habilidades a través de la confianza y la colaboración.

Porque, como dijo la propia Jane Nelsen, “¿de dónde hemos sacado la idea de que, para que un niño se comporte bien, primero tenemos que hacer que se sienta mal?”.