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¿Cómo influye la sociedad en nuestra salud mental? Una mirada desde la psicología social

¿Y si no fuera solo cosa “nuestra”?

A veces creemos que lo que sentimos es solo responsabilidad nuestra. Si estamos bien, “es porque nos lo ganamos”, y si estamos mal, “es que algo estamos haciendo mal”. Pero la verdad es que no vivimos en una burbuja. Desde que nacemos, estamos en contacto con otras personas que, de una forma u otra, nos van dejando huellas.

Piénsalo así: no es lo mismo crecer en un entorno donde te apoyan, te escuchan y te validan, que en uno donde todo el tiempo te cuestionan o te hacen sentir que no encajas. Y no es solo la familia o los amigos; también influye la cultura, los medios, la escuela, el trabajo… Todo ese ruido exterior, de alguna manera, se mete en nuestra cabeza.

La psicología social estudia justamente eso: cómo la presencia (real o imaginada) de los demás impacta en nuestras emociones y comportamientos. Es decir, cómo lo que pasa “afuera” puede terminar afectando lo que sentimos “adentro”. Y muchas veces, ni siquiera nos damos cuenta. Un comentario al pasar, una mirada, una expectativa que nunca se dice, pero flota en el ambiente… todo suma. Y cuando ese entorno es hostil o exigente, puede empezar a hacer ruido en la autoestima, a debilitarla sin que lo notemos de inmediato.

Sentirse parte de algo importa más de lo que creemos: sentido de pertenencia

Saber que formamos parte de una comunidad, de un grupo de personas con quienes compartimos algo (valores, experiencias, intereses), nos da una sensación de pertenencia muy potente. Eso nos ancla emocionalmente. Puede ser una familia, un grupo de amigos, una red de apoyo online, un equipo… lo importante es no sentirnos “fuera”.

Cuando nos sentimos incluidos, la autoestima mejora, y es más fácil enfrentar dificultades. Y no, no se trata de ser populares ni de tener muchos seguidores, sino de conexiones reales, donde podamos ser nosotros mismos sin miedo al juicio.

Como nos puede ayudar la psicología social

Este campo no se queda solo en las teorías, se han hecho campañas para derribar estigmas sobre la salud mental, talleres grupales para mejorar la comunicación emocional, e incluso programas escolares para enseñar empatía desde chicos. Todo eso tiene base en la psicología social.

También existen terapias o dinámicas grupales donde, justamente a través del contacto con otros, las personas logran entenderse mejor, motivarse y sentirse menos solas.

Redes, presión y comparación: la trampa de la perfección

Vivimos en una época donde es muy fácil compararse con los demás. Abrís Instagram o TikTok y parece que todo el mundo está más feliz, más lindo, más exitoso que vos. Pero sabemos que eso no es verdad. Casi nadie muestra sus malos días, su ansiedad o sus dudas existenciales.

El problema es que esas comparaciones nos afectan. Nos hacen sentir insuficientes. “¿Por qué mi vida no es así?”, pensamos. Y así, poco a poco, la autoestima se resiente.

Lo mismo pasa con los modelos de belleza. Nos bombardean con cuerpos ideales que muchas veces ni siquiera son reales (¡hola, filtros y retoques!). Eso genera frustración, obsesión con el físico y, en casos más graves, trastornos alimentarios o una relación tóxica con la comida y el ejercicio.

Cuando ser vulnerable se vuelve un problema (por culpa del qué dirán)

En algunas culturas, mostrar que estás mal o pedir ayuda todavía se ve como una debilidad. “Tienes que ser fuerte”, “no llores”, “no exageres”… Frases como esas nos enseñan a esconder lo que sentimos. ¿Y qué pasa cuando no expresamos lo que nos duele? Que se acumula.

Además, hay grupos que sufren más presión que otros. Las personas LGBTQ+, quienes viven con un diagnóstico de salud mental o quienes forman parte de minorías muchas veces sienten que no tienen espacio para ser ellos mismos. Y eso, con el tiempo, afecta la autoestima y la salud emocional.

Pero también hay esperanza: el cambio social es posible

Por suerte, la sociedad también tiene el poder de sanar. Cada vez más personas hablan abiertamente de salud mental, se cuestionan los estereotipos y promueven la diversidad. No todo está perdido. Se están creando espacios más empáticos en los que poder hablar sin miedo y que el ser diferente no sea ningún problema.

Cuando el entorno acompaña, todo cambia

Lo más alentador de todo esto es que, así como el entorno puede hacer daño, también puede reparar. Y no hace falta esperar grandes revoluciones. Hay cosas pequeñas —pero potentes— que marcan diferencia: una charla sin juicio, una escuela que promueve la empatía, una red de apoyo donde nadie se ría de tus emociones.

Hoy en día, hay movimientos sociales, colectivos, profesionales y hasta adolescentes en redes que están abriendo espacios más reales y humanos, donde se puede hablar sin miedo de lo que duele. Son pasos importantes, porque muestran que hay otra manera de convivir, una donde el respeto y la escucha no sean la excepción.

El punto es no quedarnos con la idea de que “esto es así y no se puede cambiar”. Cada gesto de comprensión, cada vez que alguien valida lo que otro siente, es una forma de empezar a sanar como sociedad. No es fácil ni rápido, pero vale la pena.

En resumen: nadie está solo, aunque a veces lo parezca

Lo social está en el centro de cómo vivimos nuestras emociones. No somos solo cerebros individuales funcionando por separado: somos seres que se conectan, que se afectan mutuamente. Y cuando el entorno es más amable, es más fácil que también lo seamos con nosotros mismos.

La salud mental no es solo un tema personal, es también una responsabilidad colectiva. Porque cuando entendemos lo mucho que influye lo que decimos, cómo tratamos a los demás o qué espacio le damos a las diferencias, entonces sí podemos empezar a construir algo mejor. Más humano. Más real. Más habitable.