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¿Qué podemos hacer si descubrimos que nuestro hijo o hija se autolesiona?
Al enterarnos de que nuestro hijo o hija adolescente se autolesiona, es habitual que surjan emociones intensas y difíciles de manejar. Puede ser difícil entender por qué nuestro hijo o hija se autolesiona, lo que nos lleve a sentir una gran confusión, miedo, rabia, tristeza, culpa… Sin embargo, ser conscientes del problema es el primer paso para trabajar en él y darle una solución.
Para empezar, ¿qué son las autolesiones?
Las autolesiones son actos que buscan, de forma intencionada, herirse o dañarse a uno mismo. Puede incluir cortarse, pegarse, quemarse, pincharse con un objeto afilado, arañarse la piel, arrancarse el pelo, morderse…
Incluye la palabra “auto” porque es uno mismo el que se hace el daño; la persona es consciente de que va a herirse y busca producirse un daño en el cuerpo. Es una conducta repetitiva porque se realiza con cierta frecuencia (sigue recurriendo a ella, ya que, a corto plazo, le funciona).

¿Por qué se autolesionan?
Aunque no se pueda responder a esta pregunta de forma generalizada y para todos los casos, a menudo las autolesiones surgen como un medio para regular unas emociones que se experimentan como intolerables (tristeza, ansiedad, frustración, enfado, desesperanza, soledad…). A corto plazo, la autolesión produce una descarga de la tensión, de modo que el dolor emocional se corta rápidamente. Por tanto, es una forma de producir un alivio inmediato de ese malestar.
También, la autolesión puede emplearse como autocastigo (por culpa o vergüenza), para sentir una sensación de control sobre algún aspecto de su vida y sobre sí mismos, como forma de pedir ayuda, o para volver visible y tangible un dolor emocional que no se consigue expresar de otra forma. En ocasiones, ante un vacío existencial o una sensación de desconexión de uno mismo, la autolesión puede surgir como una forma de desentumecerse o reconectarse con la vida (“sentirse vivos”).
Por otro lado, pese a que, a priori, puedan confundirse, las autolesiones y la conducta suicida no van necesariamente de la mano: las autolesiones no siempre tienen la intención de provocar la muerte. No obstante, esto no quiere decir que no haya que prestarles atención, ya que la autolesión es un signo de que hay un problema mayor detrás. Además, aunque la persona no busque terminar con su vida, puede ponerse en riesgo con la autolesión y/o provocar lesiones que le dejen secuelas a largo plazo, por lo que es fundamental actuar a tiempo en estos casos.
¿Qué podemos hacer si descubrimos que nuestro hijo o hija se autolesiona?
Lo primero, hacer una pausa. Es probable que nos sintamos abrumados cuando nos enteramos de que nuestro hijo o hija se está autolesionando, y es preferible no apresurarnos y tomarnos un tiempo para asimilar cómo nos sentimos, pedir ayuda profesional o de nuestro entorno si lo necesitamos para hacer frente a la situación y, así, poder abordarlo con nuestro hijo o hija de la mejor manera posible. Es preferible que, cuando hablemos con ellos, lo hagamos desde la calma en vez de responder movidos por nuestra reacción inicial, ya que es probable que, igual que para nosotros, hablar del tema sea una situación difícil también para nuestro hijo o hija, y que sienta vergüenza o culpa por las autolesiones y tema nuestra reacción.
A la hora de hablar con ellos, busca un momento en que podáis hablar con calma y sin prisa, en algún sitio tranquilo y sin interrupciones. En la conversación, es importante mostrarnos disponibles sin presionar (hay veces en que ellos mismos desconocen el motivo por el que han recurrido a hacerse daño); si no quiere hablar de ello, es mejor no forzarles a hacerlo, ni exigirles que nos enseñen las heridas o cicatrices.
Evita etiquetarlo como una “llamada de atención”, regañarle o culpabilizarle, ya que esto puede aumentar su malestar en vez de ayudarle, además de que hace menos probable que pida ayuda en un futuro. La idea es hacerles llegar que tienen nuestra ayuda incondicional; mostrarnos dispuestos a escuchar, y sostener lo que nos digan sin juzgar por qué hacen lo que hacen ni sobrerreaccionar (no “echarnos las manos a la cabeza”, sin por ello restarle importancia).
Junto a esto, podemos establecer con ellos un plan de acción y hablar abiertamente de los riesgos de la autolesión, buscando junto con nuestro hijo o hija otras formas de calmarse. Si vemos que algo que hemos dicho le ha afectado, preguntamos por qué le ha molestado, qué siente con esto, por qué es importante para él o ella.
Asimismo, deshacernos de los utensilios con los que se puedan hacerse daño (cuchillas, mecheros…). De esta forma, dificultamos que, en momentos de mayor tensión, puedan recurrir a ello como un impulso. No obstante, esto debe complementarse con otro tipo de apoyo, ya que no olvidemos que la autolesión cumple una función (es la mejor forma que han encontrado en este momento para afrontar ese malestar).
- Apoyo profesional. Es recomendable llegar a un acuerdo con ellos para recibir ayuda psicológica que les ayude a aprender otras estrategias para regular sus emociones y canalizar ese malestar de una forma no dañina para ellos mismos. En situaciones de emergencia y si consideras que está en riesgo, no dudes en pedir ayuda y recurrir al médico o a los servicios de emergencia.
- Cuidarnos. Descubrir de que nuestro hijo o hija se autolesiona puede ser el principio de un proceso que puede llevar un tiempo, por lo que también es fundamental cuidarnos a nosotros mismos y pedir ayuda si la necesitamos para gestionar esta situación y, así, poder apoyarle a él o ella en el día a día. Nuestro hijo nos necesita, y para ello necesitamos cuidarnos.
Enterarnos de que nuestro hijo se autolesiona puede despertarnos emociones muy intensas como miedo, tristeza o incluso culpa. Hablar de ello no es fácil, pero es importante y necesario para ayudarle. No se trata de tener todas las respuestas, sino de acompañar desde la comprensión y dar el primer paso juntos para recibir la ayuda necesaria. Tener una actitud de escucha, sin juicios, puede suponer una gran diferencia en esos momentos de mayor vulnerabilidad en que, precisamente, necesitan más nuestra ayuda.
